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LA ESCOLÁSTICA


LA ÉPOCA DE TRANSICIÓN

El mundo antiguo termina aproximadamente en el siglo V; si nos fijamos especialmente en la historia del pensamiento, podemos considerar como fecha terminal la muerte de San Agustín (430). La Edad Media se considera acabada en el siglo XV, dándose con frecuancia como límite el año 1453, en que cae el Imperio Bizantino en poder de los turcos. Ahora bien: son diez siglos de historia, y esto es demasiado para tomarlo como una época; en un espacio tan largo hay grandes variaciones, y una exposición unitaria de la filosofía medieval tiene que pasar por alto forzosamente grandes diferencias.

San Isidoro que escribió
Etimologías.
En primer lugar, hay una gran laguna de cuatro siglos, del V al IX, en que propiamente no hay filosofía. El mundo se altera especialmente con la caída del Imperio romano. A la gran unidad política de la antigüedad sucede el fraccionamiento; las oleadas de pueblos bárbaros se precipitan sobre Europa y la cubren casi totalmente; se constituyen reinos bárbaros en las distintas regiones del Imperio, y la cultura clásica queda sumergida. No se suele reparar bastante en una importante consecuencia de las invasiones germánicas: el aislamiento. A la comunidad de los distintos pueblos del Imperio se opone la separación de los Estados bárbaros. Visigodos, suevos, ostrogodos, francos forman diversas comunidades políticas inconexas, que tardarán mucho en adquirir vínculos comunes; y esto será entonces (mientras se cree en la vuelta del Imperio de Occidente) la formación de algo nuevo, que se llamará Europa. Los elementos de la cultura antigua quedan, pues, casi perdidos y, sobre todo, dispersos. No se destruye tanto como suele creerse; la prueba es que luego va apareciendo poco a poco. Pero es muy escaso lo que queda en cada lugar. Y surge entonces un problema: salvar lo que se encuentra, conservar los restos de la cultura en naufragio. Esta es la misión de los intelectuales de esos cuatro siglos; su labor no es ni puede se creadora, sino simplemente recopiladora. En España, en Francia, en Italia, en Alemania, en Inglaterra, unos hombres, paralelamente, van a recoger con cuidado lo que se sabe de la antigüedad, y van a reunirlo en libros de tipo enciclopédico, nada originales, puros repertorios del saber greco-latino. Estos hombres salvaran la continuidad de la historia occidental y llenarán con la labor paciente el hueco de esos siglos de fermentación histórica, para que pueda surgir más tarde la nueva comunidad europea.


La figura capital de este tiempo es San Isidoro de Sevilla, que vivió entre los siglos VI y VII (aproximadamente de 570 a 646). Aparte de otras obras secundarias de interés teológico o histórico, compuso los 20 libros de sus Etimologías, verdadera enciclopedia de su tiempo, que no se limita a las siete artes liberales, sino que abarca todos los conocimientos religiosos, históricos, científicos, médicos, técnicos y de simple información que pudo compilar. La aportación de esta gran personalidad de la España visigoda al fondo común del saber medieval es de las más considerables de su época.

En Italia, el pensador más importante de este periodo es Boecio, consejero del rey ostrogodo Teodorico, que al final lo encarceló y lo mandó a decapitar en 525. Durante el tiempo de su prisión conpuso un libro famosísimo, en prosa y verso, titulado De consolatione philosophiae. También tradujo al latín la Isagoge, de Porfirio, y algunos tratados lógicos aristotélicos, y escribió monografías sobre lógicas, matemáticas y música, y algunos tratados teológicos (De trinitate, De duabus naturis in Christo, De hebdomadibus), cuyo principal interés consiste en las definiciones, utilizadas durante siglos por la filosofía y la teología posteriores. Marciano Capella, que vivió en el siglo V, aunque procedía de Cartago, actuó en Roma. Escribió un tratado titulado Las bodas de Mercurio y la filología, extraña enciclopedia donde se sistematizan los estudios que habían de dominar en la Edad Media: el trivium (gramática, retórica y dialéctica) y el quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música), que juntos componen las siete artes liberales. También es importante Casiodoro, ministro de Teodorico, como Beocio.

San Beda
En Inglaterra se conservaron importantes núcleos que guardaban el depósito de la cultura básica, porque las Islas Británicas quedaron menos afectadas por los invasores. Sobre todo en Irlanda había conventos donde perduraba el
conocimiento del griego, casi perdido en todo el Occidente. La figura de mayor relieve en estos círculos fue Beda el Venerable (hoy San Beda), monje de Jarrow (Northumberland), que vivió un siglo después de San Isidoro (673-735). Su obra más importante, con la que se inicia la historia inglesa, es la Historia ecclesiastica gentis Anglorum; también compuso otros tratados, sobre todo el De natura rerum, de inspiración isidoriana. De la escuela de York, en Inglaterra, procedía Alcuino (730-804, aproximadamente), que enseñó durante varios años en la corte de Carlomagno y fue uno de los propulsores del renacimiento intelectual carolingio, de origen principalmente ingles.

El discípulo más importante de Alcuino fue Rhaban Maur (Rhabanus Maurus), que estableció la escuela de Fulda en Alemania, donde se fundaron otros centros intelectuales en Münster, Salzburgo, etc.

En toda esta época de transición, el saber antiguo de los escritores paganos y el de los Padres de la Iglesia se conserva sin rigor intelectual, desordenadamente y sin distinción de disciplinas, menos aún en un cuerpo de doctrinas sistemático y congruente. Es solo una etapa de acumulación, que prepara la ingente labor especulativa de los siglos posteriores.

EL CARÁCTER DE LA ESCOLÁSTICA

Desde el siglo IX aparecen, como consecuencia del renacimiento carolingio, las escuelas. Y en un cierto saber, cultivado en ellas, que se va a llamar la Escolástica. Este saber, a diferencia de las siete artes liberales, el del Trivium y el Quadrivium, es principalmente teológico y filosófico. El trabajo de la escuela es colectivo; es una labor de cooperación, en estrecha relación con la organización eclesiásticas, que asegura una especial continuidad del pensamiento. En la escolástica existe, sobre todo en el siglo XI al XV, un cuerpo unitario de doctrina que se conserva como un bien común, en el que colaboran y que utilizan los diversos pensadores individuales. Como en todas las esferas de la vida medieval, en la Escolástica no se subraya demasiado la personalidad del individuo. Como las catedrales son inmensas obras anónimas o poco menos, resultado de una larga labor colectiva de generaciones enteras, así el pensamiento medieval se va anudando sin discontinuidad, sobre un fondo común, hasta el final de la Edad Media. Por esto el sentido moderno de la originalidad no tiene aplicación exacta en la Escolástica. Frecuentemente, un escritor utiliza del modo más natural un material recibido y que no se le puede a en atribuir a la ligera, sin riesgo de error. Pero esto no quiere decir de modo alguno que la Escolástica sea algo homogéneo o que hayan faltado en ella las personalidades eminentes. Al contrario: en estos siglos medievales encontramos unas cuentas de las mentes más profundas y perspicaces de la historia entera de la filosofía; y el pensamiento medieval, que es de una riqueza y variedad que sorprende, experimenta a lo largo de este tiempo una marcada evolución radicalísima, que intentaremos ver con claridad. El volumen de la Escolástica es tan grande, que forzosamente tendremos que limitarnos a indicar las grandes etapas de los problemas y a reseñar brevemente la significación de los filósofos medievales de más hondo influjo en la filosofía.

LA FORMA EXTERNA

Los géneros literarios escolásticos responden las circunstancias en que se desenvuelven; guardan una estrecha relación con la vida docente, con la vida de la escuela, primero, y luego de las Universidades. La enseñanza escolástica se hace, en primer lugar, sobre texto que se leen y se comentan; por esto se habla de lectiones; estos textos son a veces los de la misma Escritura, pero con frecuencia son obras de Padres de la Iglesia, de teólogos y de folósofos antiguos o medievales. El Liber Sententiarum de Pedro Lombardo (s. XII) fue leído y comentado con insistencia. Al mismo tiempo, la realidad viva de la escuela provoca las disputationes, en que debaten cuestiones importantes (al final de la Edad Media también las que no son), y se ejercitan los participantes en la argumentación y demostración.

De esta actividad nacen los géneros literarios. Ante todo, los Comentarios (Commentaria) a los diferentes libros estudiados; en segundo lugar las Quaestiones, grandes repertorios de problemas discutidos, con sus autoridades, argumentos y soluciones (Quaestiones disputatae, Quaestiones quodlibetales); cuando las cuestiones se trata separadamente, en obras breves independientes, se llaman Opuscula; por último, las grandes síntesis doctrinales de la Edad Media, en que se resume el contenido general de la Escolástica, es decir, las Summae, sobre todo las de Santo Tomás, y en especial la Summa Theologiae. Estas son las formas principales en que se vierte el pensamiento de los escolásticos.

FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA

¿Cuál es el contenido de la Escolástica? ¿Es filosofía? ¿Es teología? ¿Son las dos cosas, o una tercera? Estas cuestiones no aparecen claras a primera vista. Desde luego, la Escolástica es teología; sobre todo no cabe duda alguna. Pero, por otra parte, si hay filosofía medieval, no es menos cierto que esta se encuentra de un modo eminente en las obras escolásticas. Entonces se piensa necesariamente que ambas, teología y filosofía, coexiten; que hay, junto a la teología escolástica, una filosofía escolástica; y en seguida se plantea el problema de la relación entre ambas, que se suele intentar resolver acudiendo a la idea de subordinación, y recordando la vieja frase: philosophia ancilla theologiae; la filosofía sería una disciplina auxiliar, subordinada, de la que la teología se serviría para sus fines propios. Este esquema es sencillo y en apariencia satisfactorio, pero solo en apariencia. La filosofía no es, ni puede ser, una ciencia subordinada, que sirve para ser algo con ella; como ya sabía Aristóteles, la filosofía no sirve para nada, y todas las ciencias son más necesarias que ella, aunque ninguna sea superior. Por otra parte no es cierto, de hecho, que en la Edad Media haya una filosofía ajena a la teología, de la cual esta puede echar mano. La verdad es más bien otra.

Los problemas de la Escolástica, como antes los de la Patrística, son ante todo problemas teológicos, y aun simplemente dogmáticos, de formulación e interpretación del dogma, a veces de explicación racional o incluso demostración. Y estos problemas teológicos suscitan nuevas cuestiones, que son, ellas, filosóficas. Imaginemos el dogma de la Eucaristía, por ejemplo: se trata de algo religioso, que en sí mismo nada tiene que ver con la filosofía; pero si queremos comprenderlo de algun modo, recurriremos al concepto de transustanciación, que es un concepto estritamente filosófico; esta idea nos introduce en un mundo distinto, el de la metafísica aristotélica, y dentro de la teoría filosófica de la sustancia se plantea la cuestión de cómo sea posible la transmutación en que consiste la Eucaristía. El dogma de la creación nos fuerza, igualmente a plantear el problema del ser, y nos vuelve a poner en la metafísica, y así en los demás casos. La Escolástica trata, pues, problemas filosóficos, que surgen con ocasión de cuestiones religiosas y teológicas. Pero no se trata de una aplicación instrumental, sino que el horizonte en que se plantea esos problemas está determinado de un modo riguroso por la situación efectiva de donde brotan. La filosofía medieval es esencialmente distinta de la griega, ante todo porque sus preguntas son distintas y hechas desde distintos supuestos; el ejemplo máximo es el problema de la creación, que transforma de modo radical la gran cuestión ontológica y hace que la filosofía cristiana forme una etapa nueva frente a la del mundo antiguo. En todo momento se trata del complejo teología-filosofía que es la Escolástica, en una peculiar unidad, que responde a la actitud vital del hombre cristiano y teórico de donde emerge la especulación. Es el lema de San Anselmo, fides quaerens intellectum, pero teniendo cuidado de subrayar tanto el momento de la fides como el del intellectus, en la unidad fundamental del quaerere. En esta búsqueda se articulan los dos polos entre los que se va a mover de la Escolástica medieval.