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EL IDEAL DEL SABIO

 

1.- Los moralistas socraticos
1.1.- Los cinicos
1.2.- Los cirenaicos
2.- El estoicismo
2.1.- Las etapas del estoicismo
2.2.La dosctrina estoica
2.3.- El cosmopolitismo antiguo
3.- El epicureismo
4.- Ecepticismo y eclecticismo


Después de Aristóteles, la filosofía griega pierde el carácter que había recibido de él y de Platón. Deja de ser explícitamente metafísica, para convertirse en simple especulación moral. No es que en realidad deje de ser ontología, pero cesa de ocuparse de un modo formal y temático de las cuestiones capitales de la metafísica. Después de una época de extraordinaria actividad en este sentido, viene una larga laguna filosófica, de esas que aparecen reiteradamente de la historia del pensamiento humano: la historia de la filosofía es, en un sentido, esencialmente discontinua. No quiere decir esto que deje de haber filosofía en esta larga época, sino que deja de ser filosofía auténticamente original y creadora, y se convierte, en buena parte, en una labor de exégesis o comentario. Y, al mismo tiempo, aparece, como siempre en tales épocas, el temas del hombre como casi el exclusivo de la filosofía. Se hace entonces, de modo principal, ética. Las cuestiones morales son las que tienen la primacía, y de un modo concreto lo que se ha llamado ideal del sabio, del sophós.

Algo semejante ha ocurrido, salvando todas las distancias, en el Renacimiento, en la época de la Ilustración, en el siglo XIX. El hombre, en distintas formas, pueden ir del humanismo a la «cultura», ha hecho su aparición de esos momentos en que ha fallado la tensión metafísica, que la humanidad parece no poder sostener largo tiempo. La filosofía aparece en la historia concentrada en algunos espacios de tiempo, después de los cuales parece que se relaja y pierde por largos años su vigor y rigor. Esta estructura discontinua de la filosofía se hará patente del modo más claro a lo largo de esos años.

Se suele designar esta etapa de la filosofía de Grecia con el nombre de filosofía postaristotélica. Se ha rehuido esta denominación por estas razones: 

  1. Porque está en estrecha relación con este movimiento filosófico una corriente anterior, que arranca de Sócrates, en la que se encuentra los cínicos y cirenaicos.
  2. Porque también es posterior a Aristóteles el neoplatonismo, que vuelve a la metafísica y difiere hondamente de esta filosofía moral de que hablamos.
  3. Tal vez la más profunda, y es que la denominación postaristotélico, aunque en sí puramente cronológica, parece aludir a una filiación, y la filosofía del período que consideramos deriva en muy escasa medida de Aristóteles, al menos de lo verdaderamente vivo y eficaz en él.
Es cierto que está en estrecha relación con las escuelas procedentes de Platón y Aristóteles; pero es evidente que después de la muerte de estos, la Academia y el Liceo tienen ver muy moderadamente con la auténtica significación filosófica de sus fundadores.

Consideraremos, pues, aquí una corriente filosófica que se extiende durante varios siglos, desde Sócrates, en el siglo IV, hasta el apogeo del Imperio romano, al menos hasta fines del siglo II de nuestra era, y aun todavía más. Este movimiento, iniciado en la tradición socrática, prolifera enormemente en la época helenística, y más aún en la romana.

Su carácter general es el que hemos apuntado antes: desinterés por la metafísica en cuanto tal; atención primordial a las cuestiones de ética; concepción a la filosofía como un modo de vida, con olvido de su valor teórico; en suma, nueva pérdida del sentido de la verdad, aunque con un matiz muy distinto del de la sofística. Y todo esto se resume en el problema del sabio, en el descubrimiento de aquellas notas que definen al hombre independiente, suficiente, que vive como es menester, en total serenidad y equilibrio, y encarna el modo de vida del filósofo, que no es precisamente ahora la vida teorética.

Pero el más grave problema que plantean estas filosofías de la época helenística es este: desde el punto de vista del saber, todas ellas (incluso la más valiosa, la  estoica) son toscas, de escaso rigor intelectual, de muy cortos vuelos; no hay comparación posible entre ellas y la maravillosa especulación platónico-aristotélica, de portentoza agudeza y profundidad metafísica; y, sin embargo, el hecho histórico, de abrumadora evidencia, es que a raíz de la muerte de Aristóteles estas escuelas suplantan su filosofía y logran una evidencia ininterrumpida durante cinco siglos.

En estos siglos cambia sustancialmente el sentido que se da en Grecia a la palabra filosofía. Mientras en Platón y Aristóteles es una ciencia, un saber acerca de lo que las cosas son, determinado por la necesidad de vivir en la verdad, y cuyo origen es el asombro, para las escuelas posteriores va a significar cosa bien distinta. Para Epicuro, «la filosofía es una actividad que procura con discursos y razonamientos la vida feliz»; según los estoicos, es el ejercicio de un arte encaminado a regir la vida. La filosofía, pues, cambia de sentido; no se trata de que la doctrina de la Stoa o de Epicuro suplante a la de Aristóteles, sino de que el hombre de fines de siglo IV y comienzos del III abandona la filosofía en cuanto saber y busca un fundamento a su vida en otra actividad a la que se aplica, no sin cierto equívoco, el mismo nombre, y que coincide parcialmente en un repertorio de ideas y cuestiones comunes.

La razón más honda de este cambio es la crisis histórica del mundo antiguo. Al hacerce crítica su situación, el heleno se vuelve a la filosofía, la suprema creación de su cultura; pero ahora no le pide lo mismo que antes, sino un sustitutivo de las convicciones religiosas, política y sociales, que se habían hecho problemáticas. La filosofía, otra vez fuera de la vía de la verdad, se va a convertir en una especie de religiosidad de circunstancias, aptas para las masas. Por esto su inferioridad intelectual es, justamente, una de las condiciones del enorme éxito de las filosofías de este tiempo. Con ellas, el hombre antiguo en crisis logra una moral mínima para tiempos duros, un mortal de resistencia, hasta que la situación sea radicalmente superada por el cristianismo, que significa el advenimiento del hombre nuevo.

LOS MORALISTAS SOCRÁTICOS

Vimos antes lo más fecundo y genial de la tradición socrática: Platón y, a través de este, Aristóteles. Se recordará, sin embargo, que el platonismo recogía principalmente de Sócrates la exigencia del saber como definición de lo universal, que lo llevaba a la doctrina de las ideas. Y, sin embargo, la preocupación de Sócrates era en gran parte moral. Esta otra dirección de su pensamiento es la que encuentra su continuación en dos ramas muy secundarias de la filosofía helénica.

LOS CÍNICOS

El fundador de la escuela cínica fue Antístenes, un discípulo de Sócrates, que fundó un gimnasio en la plaza del Perro ágil, y de ahí el nombre de cínicos (perros o, mejor, perrunos) que se dio a sus adeptos, y que estos aceptaron un cierto orgullo. El más conocido de los cínicos es el sucesor de Antístenes, Diógenes de Sinope, famoso por su vida extravagante y ciertas pruebas de ingenio, que vivió en el siglo IV.
Antístenes fundador de la
escuela cínica


Los cínicos exageran y extreman la doctrina socrática de la eudaimonía o felicidad, y además le dan un sentido negativo. En primer lugar, la identifican con la autarquía o suficiencia; en segundo término, encuentran que el camino para lograrla es la supresión de las necesidades. Esto trae como consecuencia una aptitud negativa ante la vida entera, desde los placeres materiales hasta el Estado. Solo queda como valor estimable la independencia, la falta de necesidades y la tranquilidad. El resultado de esto es, naturalmente, el mendigo. El nivel de la vida desciende, se pierde todo refinamiento, toda vinculación a la ciudad y a la cultura. Y, en efecto, Grecia se llenó de estos mendigos de pretenciones más o menos filosóficas, que recorrian como vagabundo el país, sobrios y desaliñados, pronunciando discursos morales y cayendo con frecuencia en el charlatismo.

La doctrina cínica, si existe, es bien escasa; es más bien la renuncia a toda teoría, el desdén por la verdad. Solo importa lo que sirve para vivir, se entiende, al modo cínico. El bien del hombre consiste simplemente en vivir en sociedad consigo mismo. Todo lo demás, el bienestar, las riquezas, los honores y sus contrarios, no interesa. El placer de los sentidos y el amor son lo peor, lo que más hay que rehuir. El trabajo, el ejercicio, el comportamiento ascético, es lo único deseable. Como el cínico desprecia todo lo que es convención y no naturaleza, le es indiferente la familia y la patria, y se siente kosmopolítes, ciudadano del mundo. Es la primera aparición importante del cosmopolitismo, que va a gravitar tan fuertemente en el mundo helenístico y romano.

LOS CIRENAICOS

Aristipo de Cirene fundador de la
escuela Cirenaica
La escuela cirenaica, fundada por Aristipo de Cirene, un sofista agregado después al círculo socrático, tiene una profunda semejanza con la cínica, a despecho de grandes diferencias y aún oposiciones aparentes. Para Aristipo, el bien supremo es el placer; la impresión subjetiva es nuestro criterio de valor, y el placer es la impresión agradable. El problema consiste en que el placer no nos debe dominar, sino nosotros a él. Y esto es importante. El sabio tiene que ser dueño de sí; no debe, pues, apasionarse. Además, el placer se cambia fácilmente en desagrado cuendo nos domina y altera. El sabio tiene que dominar las circunstancias, estar siempre por encima de ellas, acomodarse a todas las situaciones, a la riqueza y a la indigencia, a la prosperidad y a las dificultades. Al mismo tiempo, el cirenaico tiene que seleccionar sus placeres para que estos sean moderados, duraderos, y no lo arrebaten. En definitiva, el hedonismo presunto de los cirenaicos tiene una extraordinaria semejanza con el ascetismo de los cínicos, aunque el punto de partida sea muy distinto. No se olvide que lo importante para los moralistas socrático, como también más tarde para los estoicos y epicúreos, es la independencia e impertubabilidad del sabio, y lo secundario el modo como estas se alcancen, por el ascetismo y la virtud o por el placer moderado y apacible a cada hora.


El cosmopolitismo es también propio de los cirenaicos; también la escula presenta marcados rasgos helenísticos, y no hace más que subrayar y exagerar uno más de los aspectos de Sócrates, encrucijada de donde salen distintos caminos de la mente griega.

EL ESTOICISMO

La escuela estoica tiene una honda relación con los filósofos moralistas socráticos, y especialmente con los cínicos. En última instancia, renueva su actitud ante la vida y la filosofía, aunque con personalidades superiores intelectualmente y una mayor elaboración teórica.

LA ETAPAS DEL ESTOICISMO

Zenón de Citio es 
fundador de la escuela
estoica
Se distinguen tres épocas, que se llaman el estoicismo antiguo, el medio y el nuevo, y se extienden desde el año 300, aproximadamente hasta el siglo II después de J. C., es decir, por espacio de medio milenio. El fundador de la escuela estoica fue Zenón de Citium, que la estableció en Atenas, el llamado Pórtico de las pinturas (Stoà poikíle), decorado con cuadros de Polignoto, y este lugar dio nombre al grupo. Las figuras principales del estoicismo antiguo fueron, aparte de Zenón, Cleantes de Asos (un antiguo púgil, mente tosca y nada teórica) y, sobre todo, el tercer jefe de la escuela, Crisipo, verdadero fundador del estoicismo como doctrina, de cuyos numerosos escritos solo se conservan títulos y fragmentos. En la llamada Stoa media florecieron Panecio de Rodas (180 a.C. - 110 a.C.), influido por los académicos, amigo de Escipión y Lelio, instructor del estoicismo en Roma, y el sirio Posidonio (135 a.C. - 51 a.C.), maestro de Cicerón en Rodas, y una de las mejores mentes antiguas. En la última época, casi exclusivamente romana, la figura capital y más influyente del estoicismo es Lucio Anneo Séneca (4 a.C. - 65 d.C.), cordobés, maestro de Nerón, que se abrió las venas por orden de este; aparte de sus tragedias Séneca escribió, entre sus obras filosóficas, De ira, De providentia, De beneficiis, De constantia sapientis, De brevitate vitae, De tranquillitate animi, De clementia, De vita veata, Naturales quaestiones y las Epistolae ad Lucilium. Posteriores a Séneca son otros dos importantes pensadores estoicos: Epicteto (55 d.C. - 135 d.C.), esclavo frigio, luego liberto, autor de las Diatribas o Disertaciones y de un breve Enquiridion o Manual, escritos en griego, y el emperador Marco Aurelio (121 d.C. - 180 d.C.), de la dinastia de los Antoninos, que escribió, en griego también, unos famosos Soliloquios, cuyo título es literalmente, A sí mismo (Είς έαυτόν
).


LA DOCTRINA ESTOICA

El centro de la preocupación estoica es igualmente el hombre, el sabio. Hacen una filosofía, dividida en tres partes: lógica, física y ética; pero su verdadero interés es solo la moral. Los estoicos son sensualista. La percepción es lo que va imprimiendo sus huellas en al alma humana, y formando sus ideas. El concepto capital es el de φαντασία καταληπτική, sumamente problemático. La asociación y la comparación sirve para este fin. Los estoicos reconocían unas  κοιναί έννοιαι, notiones communes, presentes en todos y que determinan el consentimiento universal. Posteriormente se alteró la opinión acerca del origen del esas nociones y se pensó que eran innatas. La certeza absoluta correspondía a esas ideas innatas. Esta teoría ha ejercido en una influencia muy profunda en todo el innatismo moderno. Las repercusiones del estoicismo, tanto en lógica como en moral, han sido mucho más extensa y persistente de lo que suele creerse; en particular en la época renacentista, tal vez la máxima influencia de la filosofía antigua renovada ha correspondido a la estoica.

La física estoica es materialista o, mejor aún, corporalista. Admite dos principios, lo activo y lo pasivo, es decir, la materia y la razón que reside en ella, a la cual llaman dios. Este principio es corporal y se mezcla a la materia como un fluido generador o razón seminal (λόγος σπερματικός). Aparte de los dos principios, se distinguen los cuatro elementos: fuego, agua, aire, tierra. Sin embardo, el principio activo se identifica con el fuego, siguiendo la inspiración de Heráclito: la naturaleza está concebida según el modelo del arte (τέχνη), y por esto se llama el fuego artífice (πϋρ τεχνικόν). El mundo se repite de un modo cíclico; cuando los astros alcanzan de nuevo sus posiciones originarias, se cumple un gran año y sobreviene una conflagración del mundo, que vuelve al fuego primordial para repetir de nuevo el ciclo: esta doctrina es un claro antecedente de la del eterno retorno de Nietzsche.

Dios y el mundo aparecen identificados en el estoicismo; Dios es rector del mundo, pero a su vez es sustancia, y el mundo entero es la sustancia de Dios. La naturaleza, regida por un principio que es razón, se identifica con la Divinidad. El principio divino liga todas las cosas mediante una ley, identificada con la razón universal, y este encadenamiento inexorable es el destino o hado (είμαρμένη). Esto hace posible la adivinación, y de esta doctrina se desprende un determinismo; pero, por otra parte, los estoicos consideran que cierta contingencia y libertad del hombre están incluídas en el plan general del destino, que a la vez aparece como providencia. Todas las cosas sirven a la divina perfección de la totalidad; la única norma de valoración es la ley divina universal que lo encadena todo, a la cual llamamos naturaleza. Esta es la culminación de la física estoica, y de aquí arranca la moral de la escuela.

La ética estoica se funda también en la idea de la autarquía, de la suficiencia. El hombre, el sabio, ha de bastarse a sí mismo. Las conexiones de la moral de los estoicos con la cínica son muy profundas y completas. El bien supremo es la felicidad (que no tiene que ver con el placer), y esta consiste en la virtud. A su vez, la virtud consiste en vivir de acuerdo con la verdadera naturaleza: vivire secundum naturam, κατά φύσιν ζην. La naturaleza del hombre es racional, y esta vida que postula la ética estoica es la vida racional. La razón humana es una parcela de la razón universal, y así nuestra naturaleza nos pone de acuerdo con el universo entero, es decir, con la naturaleza. El sabio acepta como es, se amolda enteramente al destino: parere Deo libertas est, obedecer a Dios es libertad. Esta aceptación del destino es característica de la moral de la Stoa. Los hados, que guían al que quiere, al que no quiere lo arrastran; es inútil, pues, la resistencia. El sabio se hace independiente, soportando todo, como una roca que hace frente a todos los embates de agua. Y, al mismo tiempo, logra su suficiencia disminuyendo sus necesidades: sustine et abstine, soporta y renuncia. El sabio se ha de despojar de sus pasiones para lograr la imperturbabilidad, la «apatía», «ataraxía». El sabio es dueño de sí, no se deja arrebatar por nada, no está a merced de los sucesos exteriores; puede ser feliz en medio de los mayores dolores y males. Los bienes de la vida pueden ser, a lo sumo, deseables y apetecibles; pero no tienen verdadero valor e importancia, sino solo la virtud. Esta consiste en la conformidad racional con el orden de las cosas, en la razón recta. El concepto de deber no existe, en rigor, en la ética antigua. Lo debido (καθήκον), en latín officium, es más bien lo adecuado, lo decente (es decir, lo que conviene, decet), lo que está bien, en un sentido casi estético. Lo recto es primariamente lo correcto (κατόρθωμα), lo que está de acuerdo con la razón.

EL COSMOPOLITISMO ANTIGUO

Los estoicos no se sienten tan desligados de la convivencia como los cínicos; tienen un interés mucho mayor por la comunidad. Marco Aurelio describe su naturaleza como racional y social, λογική καί πολιτική. Pero la ciudad es también convención, nómos, y no naturaleza. El hombre no es ciudadano de esta o aquella patria, sino del mundo: cosmopolita. El papel que representa el cosmopolitismo en el mundo antiguo es sumamente importante. Se asemeja aparentemente a la unidad de los hombre que afirma el cristianismo; pero se trata de dos cosas totalmente distintas. El cristianismo afirma que los hombres son hermanos, sin distinguir al griego del romano o del judío o del escita, ni al esclavo del libre. Pero esta fraternidad tiene un fundamento, un principio: la hermandad viene fundada en una paternidad común. Y en el cristianismo los hombres son hermanos porque son, todos, hijos de Dios. No por otra cosa; con lo cual se ve que no se trata de un hecho histórico, sino de la verdad sobrenatural del hombre; los hombre son hermanos porque Dios es su padre común; son prójimos, esto es, próximos, aunque estén separados en el mundo, porque se encuentran juntos en la paternidad divina: en Dios todos somos unos. Y por eso el vínculo cristiano entre los hombres no es el de patria, ni el de raza, ni el de convivencia, sino la caridad, el amor de Dios, y por tanto el amor a los hombres en Dios; es decir, en lo que los hace prójimos nuestros, próximos a nosotros. No se trata, pues, de nada histórico, de la convivencia social de los hombre en ciudades, naciones o lo que se quiera: «Mi reino no es de este mundo».

En el estoicismo falta radicalmente ese principio de unidad; no se apela más que a la naturaleza del hombre; pero esta no basta para fundar una convivencia; la mera identidad de naturaleza no supone un quehacer común que pueda agrupar a todos los hombre en una comunidad. El cosmopilitismo, si no se basa más que en eso, es simplemente falso. Pero hay otro tipo de razones (históricas) que llevan a los estoicos a esa idea: la superación de la ciudad como unidad política. La pólis pierde vigencia en un largo proceso, que se inicia desde la época de Alejandro y culmina con el Imperio romano; el hombre antiguo siente que la ciudad no es ya el límite de la convivencia; el problema está en ver cuál es el nuevo límite; pero es difícil, y lo que se muestra es la insuficiencia del viejo; por esta razón se propende a exagerar y creer que el límite es solo la totalidad del mundo, cuando la verdad es que la unidad política del tiempo era solo el Imperio. Y esta falta de conciencia histórica, el brusco salto de la ciudad al mundo, que impidió pensar con suficiente precisión y hondura el carácter y las exigencias del Imperio, fue una de las causas principales de la decadencia del Imperio Romano, que nunca llegó a encontrar su forma plena y lograda. Los estoicos, y de modo eminente Marco Aurelio el Emperador, se sintieron ciudadanos de Roma o del mundo, y no supieron ser lo que era menester entonces: ciudadanos del Imperio. Y por esto este fracasó.
 

EL EPICUREÍSMO

Así como la Stoa corresponde a los cínicos en la filosofía postaristotélica, los epicúreos guardan un paralelismo acentuado con los cirenaicos; y así como entre las dos escuelas socráticas había una identidad fundamental, ocurre otro tanto entre el estoicismo y la doctrina de Epicuro. Este era ciudadano ateniense, pero nació en Samos, donde su padre había emigrado. Fue a Atenas a fines del siglo IV, y en el año 366 fundó su escuela o comunidad en un jardín. Parece que era una personalidad notable, y ejerció un extraordinario ascendiente sobre sus adeptos. En el epicureísmo se ve de un modo manifiesto que no se trata ya en Grecia de una filosofía entendida como ciencia, sino de un especial modo de vida. Algunas mujeres pertenecieron también al jardín de Epicuro. La escuela adquirió, sobre todo después de la muerte del maestro, un carácter casi religioso, e influyó extraordinariamente en Grecia y en el mundo romano. Hasta el siglo IV d.C. mantiene su actividad y su influjo el epicureísmo. La exposición más importante de las doctrinas de Epicuro es el poema de Tito Lucrecio Caro (97 a.C. - 55 a.C.), titulado De rerum natura.
Epicuro de Samos


La filosofía epicúrea es materialista; renueva en lo esencial la de Demócrito, con su teoría de los átomos. Todo es corporal, formado por la agregación de átomos diversos; el universo es un puro mecanismo, sin finalidad ni intervención alguna de los dioses en él. Estos son corporales como los hombres, pero hechos de átomos más finos y resplandecientes, y además poseen la inmortalidad. La percepción explica también mediante las teorías atomista de los eídola o imágenes de las cosas, que penetran por los sentidos.

Pero a los epicúreos les falta también el sentido de la especulación. Al hacer física no se proponen descubrir la verdad de la naturaleza, sino simplemente tranquilizarse. Dan, por ejemplo, explicaciones físicas del trueno y del rayo, pero no una, sino varias; no les importa, en realidad, cuál sea la verdadera, sino solo saber que puede haberlas, hacer comprender que el rayo es un hecho natural, no una muestra de la cólera divina, y conseguir así que el hombre viva en calma, sim temer a los dioses. Toda la doctrina epicúrea se dirige a la moral, al tipo de vida que debe seguir el sabio.

Epicuro opina que el placer es el verdadero bien; y, además, es quien nos indica lo que conviene y lo que repugna a nuestra naturaleza. Rectifica, pues, las ideas de hostilidad antinatural ante el placer que invadían grande zonas de la filosofía griega. Parece, a primera vista, que el epicureísmo es el contrapolo de la Stoa; pero las semejanzas son más hondas que las diferencias. En primer lugar, Epicuro exige muy determinadas condiciones al placer: ha de ser puro, sin mezcla de dolor ni de desagrado; ha de ser duradero y estable; ha de dejar al hombre, por último, dueño de sí, libre, imperturbable. Con lo cual se eliminan casi totalmente los placeres sensuales para dejar paso a otros más sutiles y espirituales, y, ante todo, a la amistad y los goces del trato. Las pasiones violentas quedan excluidas de la ética epicúrea, porque arrebatan a hombre. El ideal del sabio es, pues, el del hombre sereno, moderado en perfecto todo, rigido por la templanza, sin inquietudes, que conserva un perfecto equilibrio en cualquier circunstancia. Ni la adversidad, ni el dolor físico, ni la muerte alteran al epicúreo. Es conocida la resignación afable y bienhumorada con que Epicuro soportó su enfermedad dolorosísima y su muerte. Este ideal, por tanto, es de un gran ascetismo y, en sus rasgos profundo, coincide con el estoico. El apartamento de los asuntos públicos, el desligamiento de la comunidad, son más fuerte aún en el epicureísmo que en los círculos estoicos. El punto de partida es distinto: en un caso se trata de conseguir la virtud; en el otro, lo que se busca es el placer; pero el tipo de vida a que se llega en las dos escuelas viene a ser el mismo en esa época crepuscular del mundo antiguo, y está definido por dos notas reveladoras de una humanidad cansada: suficiencia imperturbabilidad; bastante a sí mismo ya no alterarse por nada.

ESCEPTICISMO Y ECLECTICISMO

El desinterés por la verdad, que domina las épocas de falta de tensión teórica, suele unirse en ellas a la desconfianza de la verdad, o sea el escepticismo. El hombre no se fía; surgen las generaciones recelosas y suspicaces, que dudan de que la verdad se deje alcanzar por el hombre. Así ocurre en el mundo antiguo, y el proceso de descenso de la teoría, iniciado a la muerte de Aristóteles, es contemporáneo de la formación de las escuelas escépticas. Este escepticismo suele encontrar una de sus raíces en la pluralidad de opiniones: al tener conciencia de que se han creído muy diversas cosas acerca de cada cuestión, se pierde la confianza en que ninguna de las respuestas sea verdadera o que una nueva más lo sea. Es el argumento famoso de la διαφωνία τών δοξων. Hay que distinguir, sin embargo, entre el ecepticismo como tesis filosófica y como aptitud vital. En el primer caso es una tesis contradictoria, pues afirma la imposibilidad de conocer la verdad, y esta afirmación pretende ser ella misma verdadera. El ecepticismo como tesis, pues, se refuta a sí propio, al formularse. Otra cosa es la abstención en todo juicio (έποχή), el escepticismo vital, que no afirma ni niega. Este ecepticismo aparece una y otra vez en la historia, aunque también es problemático que la vida humana pueda mantenerse flotante en esa abstención sin arraigar en convicciones.

El primero y más famoso de los ecépticos griegos, si prescindimos de antecedentes sofísticos, es Pirrón, a comienzos del siglo III a.C. Otros escépticos son Timón, Arquesilao y Carnéades, que vivieron en los siglos III y II. Después, y a partir del siglo I de nuestra era, aparece una nueva corriente escéptica, con Enesidemo y el famoso Sexto Empírico, que escribió unas Hipotiposis pirrónicas. Vivió en el siglo II d.C. El escepticismo invadió totalmente la Academia, que desde la muerte de Platón había ido alterando el carácter metafísico de su fundador, y en ella perduró hasta su clausura, en 529, por orden de Justiniano. Los escépticos que hemos nombrado pertenecieron  a la Academia media y la nueva, que se han llamado así para distinguirlas de la antigua. Durante siglos, el nombre académico significó escéptico.

El eclecticismo es otro fenómeno de las épocas de decadencia filosófica. El espíritu de compromiso y conciliación aparece en ellas, y toma de aquí y de allá, para componer sistemas que superen las divergencias más profundas. En general, este proceder trivializa la filosofía, y así hizo, sobre todo, la cultura romana, que utilizó solo el pensamiento filosófico como materia de erudición y moralización, pero estuvo siempre alejada del problematismo filosófico mismo.

El más importante de los eclécticos romanos es Cicerón (106 a.C. - 43 a.C.), cuya figura considerable es sobradamente conocida. Sus escritos filosóficos no son originales, pero tienen el valor de ser un repertorio copioso de referencias de la filosofía griega. Al mismo tiempo, la terminología que acuñó Cicerón (un extraordinaro talento filológico) para traducir los vocablos griegos ha influido de un modo enorme, si bien no siempre acertado, en las lenguas modernas y en la filosofía europea entera. También tiene interes Plutarco, que vivió en los siglos I y II de nuestra era, y escribió, además de sus famosas vidas, unas Moralia de contenido ético, y Filón de Alejandria, un judío helenizado que vivió en el siglo I e intentó encontrar antecedentes bíblicos en la filosofía helénica, sobre todo en Platón. El carácter judaico de su doctrina se revela especialmente en el papel importantísimo que en ella tiene a Dios, y en el esfuerzo por conciliar las ideas griegas con el Antiguo Testamento. Entre sus obras se cuentan una sobre la creación (llamada en latín De opificio mundi) y estudios sobre la inmutabilidad de Dios y sobre la vida contemplativa.